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Barbara Foor

7/8/2021

Hace unos 15 años sentí un dolor terrible en la parte media de la espalda, sobre todo por la noche. La fisioterapia no me aliviaba, así que, aunque dije que nunca me operaría de la espalda, acudí a un cirujano de espalda que supuso que tenía un hematoma. Me aseguró que no era cáncer, pero cuando lo vio supo que no era nada que hubiera visto antes y lo envió a la Clínica Mayo.

En el momento de mi diagnóstico, el oncólogo de mi marido (tenía cáncer de páncreas) del hospital St. Joe de Ann Arbor me remitió a un especialista de la Universidad de Michigan. Por suerte, tenía un DO (médico osteópata) en su consulta que conocía muy bien los cordomas. Sólo le vi una vez, pero fue extremadamente servicial y reconfortante.

Me remitió al Mass General Hospital (MGH). En aquel momento, sólo había dos máquinas de radiación de protones en el país. Mi cordoma estaba en la L4, una localización poco habitual. Permanecí varios meses en el MGH recibiendo radiación de protones. Vivir en Boston de noviembre a enero no fue fácil, pero el hospital fue muy complaciente y conocí a otras personas en mi misma situación. Desde entonces no he tenido ningún problema. Me siento muy afortunada.

Hasta que no llegué a casa no me enteré de la existencia de la Fundación del Cordoma. Creo que están haciendo un trabajo maravilloso.

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