Diagnóstico
En agosto de 2022, a la edad de 55 años, me di cuenta de que algo iba mal en el ojo derecho: veía borroso, como si se hubiera corrido un velo sobre él. Dos meses después, una RM reveló una masa de 3,5 cm en la hipófisis. El 10 de diciembre de 2022, un neurocirujano de Lyon diagnosticó un cordoma clival que requería extirpación urgente.
Tratamiento y recuperación
El 28 de diciembre de 2022 me operaron para extirpar el tumor. La operación fue un éxito: el cordoma se resecó por completo (GTR), se conservaron mi hipófisis y mi función endocrina, y mi visión permaneció intacta. Sin embargo, sufrí una pérdida parcial de audición en el oído izquierdo y acúfenos persistentes.
Se me propuso un plan de terapia de protones para abril de 2023. Tras debatir las opciones con mi equipo médico y revisar la bibliografía médica, me enteré de que en algunas situaciones, tras una RTG, se puede considerar una estrecha vigilancia. Teniendo en cuenta los posibles riesgos para la hipófisis y las hormonas, opté por una vigilancia reforzada mediante RM cada tres meses en lugar de la radiación inmediata en ese momento.
Transformación
En marzo de 2023, tras el fallecimiento de mi padre, entré en un periodo de profundo cambio personal. Cerré mi empresa, me trasladé del sur de Francia a París y me tomé tiempo para la reflexión y la introspección. Quería comprender los posibles factores que contribuían a mi enfermedad más allá de la genética: la salud emocional, el metabolismo, la nutrición y el estilo de vida.
Las resonancias magnéticas de agosto y noviembre de 2023 no mostraron ninguna recidiva (o recurrencia). En febrero de 2024, un escáner reveló una pequeña recidiva (o recurrencia) cerca de la arteria carótida derecha, a pocos milímetros del nervio óptico. Me volvieron a recomendar la terapia de protones, pero me costó aceptarla.
Empecé a buscar alternativas y aprendí más sobre la nutrición cetogénica y las experiencias de remisión de pacientes compartidas en Internet. Al mismo tiempo, consulté a un oncólogo experto en enfoques metabólicos.
Tras esa consulta, en mayo de 2024, comencé un plan metabólico personalizado: una dieta cetogénica adaptada, suplementos nutricionales y ayuno intermitente. Otras lecturas sobre terapias metabólicas reforzaron mi compromiso con este enfoque.
Una nueva vida
En junio de 2024, mi RM mostró que el tumor había dejado de crecer. Me mudé a Bretaña, junto al océano, para abrazar la vida más plenamente. El alivio fue inmenso: había perdido 20 kilos y me sentía renovada física y mentalmente.
Resonancias magnéticas posteriores en septiembre y noviembre de 2024, y de nuevo en febrero de 2025, confirmaron que el tumor permanecía estable. Con el tiempo, la dieta cetogénica se convirtió no sólo en una estrategia de tratamiento, sino en una forma de vida. Aunque seguía sintiendo algo de fatiga, poco a poco recuperé la fuerza y la energía.
En la primavera de 2025, empecé a hacer cursos de vela y a renovar un barco. Ese verano volví a hacer ejercicio con regularidad y sentí que se me levantaba el ánimo. Perdí otros 5 kilos y me fijé un nuevo objetivo: recuperar el equilibrio y la vitalidad.