Hace trece años, a Patrick le diagnosticaron un linfoma. Tras recuperarse por completo, se comprometió a hacer ejercicio. Pero en los últimos tres años había tenido muchos dolores de espalda. Patrick asociaba el dolor con la abundancia de ejercicio y no le dio mucha importancia.
El dolor se intensificó y Patrick fue a ver a un traumatólogo. Éste le pidió una RM y, cuando le encontraron una masa muy grande, se asustó pensando que el linfoma había reaparecido. Volvió a ver a su oncólogo y le ordenaron más pruebas (biopsia y tomografía por emisión de positrones) para determinar el tipo de linfoma. El oncólogo dijo que la buena noticia era que no había metástasis, pero que se trataba de un cordoma, un tipo de tumor que crece muy lentamente. La mala noticia era que el cordoma era muy grande y estaba situado en un lugar complejo, lo que significaba menos opciones de tratamiento.
Como el cordoma no era su especialidad, el oncólogo derivó a Patrick a un conocido neurocirujano, pensando que la cirugía era su única opción. Patrick se sentía nervioso y abatido. En las semanas siguientes, Patrick y su familia investigaron y hablaron con otros especialistas para conocer otras perspectivas. Sin embargo, la mayoría coincidió en que la cirugía era la única opción. El neurocirujano revisó el caso y dijo que no podía operar. Su conclusión fue que el tumor era demasiado grande y le remitió a un cirujano especializado en tumores de la columna vertebral, con el que se puso en contacto para que revisara el caso de Patrick.
Mientras tanto, el caso de Patrick seguía debatiéndose en los comités de tumores del primer hospital. Pensaron que la terapia de protones podría ser una buena opción para Patrick y lo remitieron al centro de protones. En las semanas siguientes, Patrick se sintió perdido, sin opciones, sin rumbo, sólo esperando. Y entonces, el mismo día, se le presentaron dos opciones. El cirujano de tumores de la columna vertebral se puso en contacto con él para informarle de que podía operarse. Sería arriesgada y podría tener consecuencias no deseadas, pero podría hacerse. Al mismo tiempo, el centro de protones llegó a la conclusión de que la terapia de protones podía marcar la diferencia y le comunicó que estaban seguros, basándose en pruebas científicas, de que podían tratarle. De repente, Patrick tenía que tomar una decisión.
Por diversas razones, Patrick optó finalmente por la terapia de protones, terapia con haz de protones. Patrick estaba muy emocionado, había pasado de no tener opciones ni esperanza a sentirse cautelosamente optimista. Patrick y su mujer fueron a alojarse a un apartamento cercano al centro de protones, donde recibió un total de 37 sesiones. No tenía dolor ni quemaduras y podía ir y venir andando al centro. Patrick sigue siendo un poco escéptico sobre si este tratamiento funcionará. Pero, tras finalizar la terapia de protones, ya no tiene dolor de espalda y ha vuelto a hacer deporte, a llevar una vida "normal". Después de tres meses, el tumor ya se ha reducido y se someterá a una RM cada cuatro meses durante los próximos tres años. Ahora es optimista, pero sigue esperando. No sabe qué le deparará el futuro, pero considera un regalo cada hora, cada día, cada semana que puede vivir así.
Foto: Ronda, España (lugar de nacimiento de Patrick).